Por la señal de la Santa Cruz….
(Acto de Contrición)
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, Creador, Padre y Redentor mío: por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
DÍA TERCERO
“Monte de Dios, Monte fértil
Monte fecundo, Monte fértil.” (Ps. 67,16)
MEDITACIÓN
Considera en María aquel monte Santo de Sión, tantas veces llamado en las Escrituras divinas Monte de Dios por excelencia, monte espacioso y unido, monte abundante en todos los frutos que necesitan nuestras almas para alimento de la vida espiritual, para antídoto contra el veneno de las tentaciones, y refrigerio de nuestra debilidad, siempre expuesta en este valle de lágrimas y peligros. Con singular propiedad podemos llamar a María nuestra Madre, Monte de Sión, Monte de Dios, Monte Mayor, por consiguiente, que todos los otros montes de santidad y virtud que nos elevan a la contemplación y amor de Dios.
A imitación de María, y para alcanzar abrigo en este monte, habitación de todo un Dios, aspiremos constantemente a la participación de los suaves efectos de su caridad ternísima. Si logramos subir por este Monte Santo, ¿Cuánto no participaremos de los rayos vivificadores y benéficos del Sol de Justicia de Cristo, nuestro Redentor y nuestro Dios? Sobre este Monte maravilloso, en la cima de sus perfecciones donde primero amaneció la luz eterna, María es la aurora que recibió de él los primeros y más vivos resplandores, para extenderlos en este valle de lágrimas, y despertar a los que yacían dormidos en las tinieblas de error, y a las sombras del vicio y de la muerte. En su seno virginal y purísimo encarnó la misericordia y de allí salió para nuestro consuelo. ¿A dónde no alcanzarán sus piedades? ¿Quién querrá verse exento de sus influjos? ¿Quién se verá privado de su caridad? No es posible, si solícito procuramos imitarla subiendo de virtud en virtud, aspirando a adelantar en la caridad para con Dios y para nuestros prójimos, última cumbre de la cristiana perfección, compendio y complemento de la divina ley. Pidámoselo humildemente con la siguiente oración.
ORACIÓN
¡Oh Monte elevadísimo de caridad! ¡Oh María, Monte Mayor de las misericordias del Altísimo! Cumbre elevadísima del Amor divino, de donde nos vienen los rocíos fecundos de la gracia, que ablanda nuestro corazón, iluminas nuestras almas, y nos enciende en la caridad. Ofrecer por nosotros, Señora, a vuestro divino Hijo, los homenajes débiles e imperfectos de nuestra gratitud. Vos misma, para que sean digno de ser recibido en su divino acatamiento, como hechuras de su mano omnipotente, como esclavos redimidos con su sangre como hijos reconocidos, deseamos satisfacer tantas obligaciones. Nos hallamos fríos, nos reconocemos tibios, nos confesamos imperfectos, y tememos ser ingratos. A Vos y Madre Nuestra, toca perfeccionarlas, comunicándonos una parte de aquella caridad ardientísima que inundó vuestra alma desde el primer momento que vuestro ser, resplandeció en Belén y que rebosó en el Calvario, a favor y para bien de vuestros hijos. Concedédnosla, Señora y Madre Nuestra, no desdeñándoos de reconocernos por vuestros, aunque no lo merecemos; que nosotros proponemos corresponder a las divinas inspiraciones, amando a vuestro Hijo divino y nuestro Dios sobre todas las cosas; a Vos, como Madre de nuestro Dios y nuestra; y a nuestros prójimos como a nosotros mismos; para que unido así por la caridad subamos con vuestro auxilio al Monte Santo de la gloria. Y si conviene alcanzadnos también lo que en esta novena os pedimos. Amén.
(Medítese y pídase la gracia que se desee alcanzar)
Dios te Salve María, llena eres de Gracia…
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio y ahora por los siglos de los siglos. Amén.
Como Dios tanto te quiso,
como Dios tanto te amó.
Ruega por los pecadores
Madre de Montemayor.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh purísima María, Madre de Dios y Madre nuestra! ¡Oh Monte excelso de perfección, gracias y dones! Oh Monte mayor de santidad y gloria, elevado sobre los montes más altos de las jerarquías angélicas, y superior a los collados más sublimes de santidad humana; Montemayor, porque más cerca, y antes que criatura alguna recibiste los rayos divino del Sol de Justicia en la Encarnación del Verbo Eterno; Montemayor, porque en los abundantes frutos de tus ejemplos y gracias se alimenta y crece la virtud de los Santos; Montemayor, porque los claros resplandores del Amor divino que, más intensamente, y con anticipación a los ángeles mismos, recibiste, inflaman más y más a estos celestiales espíritu, para que, abrasados en caridad, para gloria de Dios y nuestro bien, nos socorran, favorezcan y defiendan. Acosados Madre Amantísima, en este valle de lágrimas y miserias, queremos subir a ti, Monte de virtud, de descanso, de dichas y de gloria. Las fieras voraces del infierno nos persiguen, las tentaciones del mundo nos asaltan, las necesidades y peligros de la carne nos angustian: a Ti acudimos, buscando seguridad, gracia y remedio. Ayúdanos, Señora, a trepar por las escabrosas sendas que nos han de elevar hacia la altísima cumbre de perfección que os acercó tanto a vuestro Hijo y Creador, que desde el cielo a la tierra, y desde Dios al hombre, Vos sois lo primero, más inmediato y más digno que se encuentra.
Nosotros, para moveros a piedad, os veneramos devota y fervorosamente bajo este título misterioso de Montemayor, tan exactamente propio de vuestra grandeza elevadísima, ante esta imagen que nuestra fe y amor miran y aprecian como un don de vuestras manos purísimas. Haced, Señora, que continúe siendo prenda de vuestra protección este pueblo. Acreditándoos, como hasta ahora lo experimentaron nuestros mayores, refugio en nuestras aflicciones, remedio de nuestras necesidades, y medicina para las dolencias del alma y cuerpo.
Y pues que sois Monte de Gloria, y Monte mayor que todos los collados de las jerarquías celestiales , servidnos de guía constante en el mar borrascoso de la vida, para que por Vos lleguemos a la Bienaventuranza, donde en vuestra compañía y dichosísima presencia, alabemos eternamente al Padre, al Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos Amén.
Como Dios tanto te quiso,
como Dios tanto te amó.
Ruega por los pecadores
Madre de Montemayor.