Por la señal de la Santa Cruz….
(Acto de Contrición)
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, Creador, Padre y Redentor mío: por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
DÍA OCTAVO
“Subiré al Monte de la mirra,
Y al collado del incienso.” (Cant. 4,6)
MEDITACIÓN
Considera en el Monte Calvario, al pie de la Cruz, con los ojos fijos sobre su Divino Hijo, a María: el corazón sumergido en angustia, el alma atormentada por dolores, y ocupada toda, como su divino Hijo, del deseo y la obra de salvar y redimir a todos los pecadores. ¡Qué espectáculo presenta este monte, mayor por su fama, veneración y misterios, que todos los montes de la tierra! Aquí es donde verás como despliega María a favor de los pecadores el poder, infinito e irresistible, con que el Espíritu Santo, su Esposo, la adornó enriqueciéndola con el don de piedad. Su amor a los hombres, más fuerte que la muerte, la sostiene y anima en aquel trance horrible para que, cooperando con su divino Hijo, sacrificando con él todo su ser purísimo, haga la redención copiosa. Allí con Jesús pide luces para los infelices, sentados y sepultados en tinieblas del error; gracias de conversión y penitencia para los pecadores obstinados, fortaleza y perseverancia para los justos, protección para la Iglesia santa, en fin pide y consigue que su Hijo moribundo, fijando en ella sus ojos amorosos, que van a eclipsarse con las sombras de la muerte, moviendo los labios cárdenos y exánimes por la postrera agonía, declarándola Madre nuestra, cierre a favor de sus devotos el Testamento eterno, que instituye herederos de la gloria a los que ella reconozca por hijos.
Considera bien, alma cristiana, que Madre te ofrece Dios, en que ocasión y para qué. La que es Madre de tu Redentor lo es tuya. ¿Cuánto no te amará? La ha declarado tal al morir como dejándola y encargándola que contigo haga sus veces. ¿Cuánto debe ser tu confianza? La ha escogido, buscando él mismo una medianera entre su justicia inexorable y tu fragilidad. Todas sus piedades quieren desciendan a nosotros en María y por María. Para tener parte en la celestial herencia, decídete a ser hijo por la devoción. No desmientas con tus obras el nombre que te honra. Y en esta disposición acude ella confiadamente, ámala, invócala como a monte excelso y mayor de piedad y misericordia, con la siguiente oración.
ORACIÓN
Oh Madre piadosísima, Monte excelso de misericordia, figurada por el Espíritu Santo en el célebre monte de la mirra y el incienso, que nos expresa la unión majestuosa de vuestros dolores con vuestra clemencia y piedad de el Calvario. La sangre de vuestro Hijo divino y vuestras lagrimas formaron aquel bálsamo puro, precioso y sin mistura, capaz solo de curar nuestras llagas. Ungid, Madre amantísima, las mías con este bálsamo de vuestra piedad que vivifica, de la inmortalidad. Por vuestros dolores y angustias, Madre Mía, os pedimos que reine en nuestras almas, y llene nuestros corazones el don de piedad fervorosa, con que temamos y amemos a nuestro Dios, bendigamos, alabemos y ensalcemos su nombre santo y el vuestro, cumplamos los preceptos de su sagrada Ley, nos honremos constantemente con el desempeño de las prácticas y actos religiosos, solemnicemos vuestro culto, transmitamos nuestra devoción a vuestra prodigiosa imagen de Montemayor a todos los venideros, y si conviene, alcancemos lo que en esta novena os suplicamos, si ha de ser para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de nuestras almas. Amén.
(Medítese y pídase la gracia que se desee alcanzar)
Dios te Salve María, llena eres de Gracia…
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio y ahora por los siglos de los siglos. Amén.
Como Dios tanto te quiso,
como Dios tanto te amó.
Ruega por los pecadores
Madre de Montemayor.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh purísima María, Madre de Dios y Madre nuestra! ¡Oh Monte excelso de perfección, gracias y dones! Oh Monte mayor de santidad y gloria, elevado sobre los montes más altos de las jerarquías angélicas, y superior a los collados más sublimes de santidad humana; Montemayor, porque más cerca, y antes que criatura alguna recibiste los rayos divino del Sol de Justicia en la Encarnación del Verbo Eterno; Montemayor, porque en los abundantes frutos de tus ejemplos y gracias se alimenta y crece la virtud de los Santos; Montemayor, porque los claros resplandores del Amor divino que, más intensamente, y con anticipación a los ángeles mismos, recibiste, inflaman más y más a estos celestiales espíritu, para que, abrasados en caridad, para gloria de Dios y nuestro bien, nos socorran, favorezcan y defiendan. Acosados Madre Amantísima, en este valle de lágrimas y miserias, queremos subir a ti, Monte de virtud, de descanso, de dichas y de gloria. Las fieras voraces del infierno nos persiguen, las tentaciones del mundo nos asaltan, las necesidades y peligros de la carne nos angustian: a Ti acudimos, buscando seguridad, gracia y remedio. Ayúdanos, Señora, a trepar por las escabrosas sendas que nos han de elevar hacia la altísima cumbre de perfección que os acercó tanto a vuestro Hijo y Creador, que desde el cielo a la tierra, y desde Dios al hombre, Vos sois lo primero, más inmediato y más digno que se encuentra.
Nosotros, para moveros a piedad, os veneramos devota y fervorosamente bajo este título misterioso de Montemayor, tan exactamente propio de vuestra grandeza elevadísima, ante esta imagen que nuestra fe y amor miran y aprecian como un don de vuestras manos purísimas. Haced, Señora, que continúe siendo prenda de vuestra protección este pueblo. Acreditándoos, como hasta ahora lo experimentaron nuestros mayores, refugio en nuestras aflicciones, remedio de nuestras necesidades, y medicina para las dolencias del alma y cuerpo.
Y pues que sois Monte de Gloria, y Monte mayor que todos los collados de las jerarquías celestiales , servidnos de guía constante en el mar borrascoso de la vida, para que por Vos lleguemos a la Bienaventuranza, donde en vuestra compañía y dichosísima presencia, alabemos eternamente al Padre, al Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos Amén.
Como Dios tanto te quiso,
como Dios tanto te amó.
Ruega por los pecadores
Madre de Montemayor.